sábado, 15 de enero de 2011

América

Por falta de sumisión hacia un marido impuesto por la familia, María Cano fue tachada de mujer inferior, impura e infiel por la Inquisición en el S.XV. Escapó de las mazmorras vestida de varón a caballo de un rocín más flaco que Rocinante y llegó a un puerto sobre el Mediterráneo. Con coraje y gritando “al abordaje”, se trepó a un bergantín pirata y se aparejó con cimitarra, daga y puñal. Sin que la vieran se tiñó con carbón sobre el labio superior tratando de parecer mancebo. Barco va, barco viene o puerto va, puerto viene, terminó en una carabela con Vespucio al mando, el cual descubrió su verdadera identidad cuando le robaron la ropa que lavaba a escondidas. La cobijó bajo su cobija y al llegar al Golfo de México, entre islas caribeñas y ocasos en el Atlántico y el Pacífico, le concedió su amparo y decidió ponerle nombre al nuevo continente, pero no Américo sino América en honor a su amante María Cano, pirata sin ropa y desvergonzada por naturaleza.

Muerte Roja

El contagio de la nueva bacteria mortal a través de los canales de oxígeno es inmediato. Los moribundos levantan los brazos frenéticamente tratando de desenterrarse y respirar, aferrados a la vida. Se revuelcan, chillan estrepitosamente, tienen el pecho sangrante, los ojos saltones. Les echo piedras y rocas encima. Finalmente, el último queda bajo un cúmulo de rocas metálicas que brillan bajo la luz de las cinco lunas. Un monumento al desastre.
¿Fue Poe quien inventó la Muerte Roja? ¿Es E.T. un robot de juguete o un ser de otra galaxia, malvado y manipulador? No puedo saberlo. Soy la única sobreviviente humana de la Colonia Symca que respira oxígeno. Y quedamos solamente él y yo.

Nevermore

Francisco recomendó a los animales que debían ser buenos, quererse y amarse entre sí.
El cuervo observaba la reunión, con incertidumbre e incredulidad mientras el lobo feroz se proponía seguir los consejos del santo varón. Naturalmente, su intrínseca naturaleza pudo más que él, y al poco rato se tragó a dos ovejas con su lana, a un asno que servía a Francisco de transporte y al perro guardián que no ladraba de puro miedo.
Mientras le chorreaba sangre por las fauces, se asomó el cuervo y repitió, como era su costumbre:
“Nevermore”, amigo. Nunca más hay que confiar en la perpetua bondad de los seres. Lo digo y lo repito en todos los idiomas…

Escribo

En mi recorrido por el alfabeto, formo oraciones y necesito sólo la luz que me da un trozo del astro luna; las indicaciones las recibo del vuelo de las luciérnagas que me indican el camino; me alimento con una consonante redondeada y una conciencia tranquila y voy en paz.

La Manzana

Llegó el día en que los alumnos debían visitar el Museo. Pinocho llevó su manzana y tuvo que dejarla al guardián en la puerta porque no lo dejaron entrar con comida. Con el rabo del ojo lo vio tragarse la fruta de dos mordiscos. Entró, frustrado y hambriento.
En fila, los alumnos revisaron los salones y admiraron los cuadros. Cuando vio el Jardín del Edén, colgado en la pared, se acercó, se empinó todo lo que pudo y cogió una manzana del árbol. Todavía sigue allí, en medio de los cuadros, como un títere de madera, con la boca abierta y la fruta en la mano.

Los Molinos del Infierno

Nunca había podido creer que los molinos fueran gigantes hasta que corrió delante de ellos como alma que lleva el diablo.
Sí, eran ogros espantosos de madera y metal con aspas veloces que querían devorarlo. Por todas partes yacían cadáveres y restos putrefactos de anteriores visitantes al planeta maldito. Vio un portal a lo lejos y decidió gastar su última energía para llegar hasta aquel refugio que se encontraba lejos pero era la póstuma esperanza de sobrevivir a la catástrofe.
Casi no tuvo tiempo de observar el escrito encima de la entrada que le trajo antiguas reminiscencias: “¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”
Y luego se perdió en el laberinto.