Llegó el día en que los alumnos debían visitar el Museo. Pinocho llevó su manzana y tuvo que dejarla al guardián en la puerta porque no lo dejaron entrar con comida. Con el rabo del ojo lo vio tragarse la fruta de dos mordiscos. Entró, frustrado y hambriento.
En fila, los alumnos revisaron los salones y admiraron los cuadros. Cuando vio el Jardín del Edén, colgado en la pared, se acercó, se empinó todo lo que pudo y cogió una manzana del árbol. Todavía sigue allí, en medio de los cuadros, como un títere de madera, con la boca abierta y la fruta en la mano.
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