Nunca había podido creer que los molinos fueran gigantes hasta que corrió delante de ellos como alma que lleva el diablo.
Sí, eran ogros espantosos de madera y metal con aspas veloces que querían devorarlo. Por todas partes yacían cadáveres y restos putrefactos de anteriores visitantes al planeta maldito. Vio un portal a lo lejos y decidió gastar su última energía para llegar hasta aquel refugio que se encontraba lejos pero era la póstuma esperanza de sobrevivir a la catástrofe.
Casi no tuvo tiempo de observar el escrito encima de la entrada que le trajo antiguas reminiscencias: “¡Oh, vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza!”
Y luego se perdió en el laberinto.
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